sábado, 15 de agosto de 2009

La Depresión en la ancianidad

“Y es que me da pena empezar a ser viejo y pensar que la muerte muy pronto me ha de llegar… No quiero amargarme con esta tristeza…” Esta es parte de la letra de una canción popular ecuatoriana que resume el sentir de la mayoría de personas que tememos envejecer sin una adecuada calidad de vida, abandonados, enfermos y sin apoyo familiar. Un triste final de nuestras existencias al que realmente no queremos llegar.

Sentirnos solos, separados de nuestra actividad productiva o laboral y sin mayores perspectivas, nos conduce a un estado de ánimo que deriva en la depresión. Este tema será analizado ampliamente en el Primer Congreso Internacional de Medicina de Longevidad que se realizará el 12 y 13 de noviembre de 2009 en Guayaquil. Mayor información en www.longevidadecuador.com, www.angeljuez.blog.galeon.com .

En los ancianos es fácil confundir una depresión ansiosa con una neurosis de angustia. La angustia que aparece por primera vez en un paciente mayor debe poner al médico sobre aviso respecto a la posible existencia de una depresión.

El diagnóstico de depresión en el paciente anciano requiere la comprensión de cómo la depresión geriátrica difiere de la depresión de una población más joven y de un diagnóstico diferencial preciso.

La reducción de los ingresos y de la capacidad física y la pérdida del apoyo familiar y de amigos, con frecuencia exigen cambios en el estilo de vida del anciano y al mismo tiempo, reducen su capacidad, psicológica y fisiológicamente, para adaptarse a estos cambios.

Estas circunstancias conducen con frecuencia a una pérdida de la autoestima y a sentimientos de inferioridad cada vez mayores. Presentan incapacidad física y problemas crónicos que afectan la autoimagen.

Hay una pérdida del sentido de la productividad que se produce a menudo con la jubilación o con la pérdida de las responsabilidades del hogar y para muchos, además, hay pérdida de amigos, de familia, de la esposa o esposo, que en algún momento proporcionaron la vía principal para canalizar sentimientos de importancia.

La pérdida de la autoestima se va profundizando rápidamente. La mayor parte de los ancianos se presentan con problemas de índole orgánica, trastornos de la memoria y concentración y falta de impulso vital, distrayendo la atención del médico sobre la depresión y dirigiéndola hacia síndromes cerebrales orgánicos y somáticos.

En el ser humano, la vejez es una etapa postrera, si bien bastante prolongada. Se puede resumir como la edad de la pérdida. Si el envejecimiento es un proceso, la vejez es una situación social.

Todos los que han envejecido, a pesar de las diferencias individuales o de grupo, conforman un todo con unas propiedades comunes que ofrecen suficiente relevancia para constituirse como un sector humano distinto al de otras edades.

Llegar a los 65 años es alcanzar una vejez social que la define la jubilación. Pero el umbral de la vejez se ha dilatado mucho. Serán generalmente los 80 años cuando se entre en la ancianidad.

La salud mal acomodada, la sensación de cansancio vital o el progresivo apartamiento social, señalarán la frontera entre ser mayor y ser anciano. Pero hay que señalar que nunca hubo tantos ancianos con invalidez como ahora. Este es un lado negativo inevitable que procede de la misma razón que la prolongación de los buenos años: los recursos médicos y sociales al servicio de la enfermedad.

Información tomada del libro "Cómo vivir cien años" del Dr. Rafael Velasco Terán.
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